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¿Y si hacemos una rifa?

1ª parte


Una de las costumbres de los primeros años de vida de nuestro pueblo era la de organizar rifas. Esta práctica tiene sus orígenes en la década del 60 del siglo XIX y se prolonga hasta nuestros días y desde este presente podemos avizorar que continuará, a juzgar por el éxito que tienen por parte del público   y el asiduo uso que de ellas hacen distintas instituciones para allegar recursos a sus arcas, aun cuando se alcen voces que digan “que la gente ya está cansada de las rifas”.

Esta práctica surgió como respuesta a la necesidad de obtener recursos rápidamente ante situaciones de emergencia. Como el erario municipal a lo largo de su historia pasó muchas veces por momentos apremiantes, no faltó quién propusiera la creación de una “lotería municipal”, iniciativa que aún hoy,   en que existen tantos juegos de azar oficiales, no prosperó.

El primer intento de organizar una rifa data del mes de abril de 1867 cuando la Comisión Municipal bajo la presidencia de Eduardo Benítez y compuesta por Manuel Villarino, Álvaro Velarde, Agustín Pechieu y Federico González, rechazó una solicitud de Felipe Galán en la que pedía autorización para organizar una rifa por cedulillas, [1] cuyo premio consistiría en artículos de tienda y mercería, por un valor de alrededor de 25.000 pesos.

La respuesta -como dijimos- fue negativa fundamentándose el Municipio en que “estando prohibidas por disposiciones superiores las rifas por cedulillas no ha lugar a la solicitud”. [2]

Parece que el problema no eran las rifas en sí, sino el método a emplearse en la realización del sorteo.

En marzo de l868, el cuerpo municipal actuando ahora bajo la presidencia de Aparicio Islas y compuesto por Felipe Galán (tal vez el mismo a quién le fuera negada la autorización), Juan Antonio García, Federico González, y Carlos A. Fajardo, esta vez respondió afirmativamente a una solicitud formulada por Santiago Iraldi que decidió rifar una Casa Hotel que le pertenecía y que estaba valuada en 40.000 pesos, una quinta que, según él, estaba valuada en 50.000 pesos y se proponía otorgar varios premios en dinero ascendiendo el monto de lo rifado a 500.000 pesos.

Los sorteos se realizaron el domingo 1 de noviembre de 1868, mediante el sistema de billetes, que era como se jugaban esas loterías.

Antes de autorizarse esta rifa la Municipalidad procedió a la tasación de los inmuebles que formaban parte del premio nombrando   a dos peritos; otros dos fueron designados por el interesado a cuyo cargo corrieron los gastos de la tasación.

Después de esta autorización que benefició a Iraldi, otros vecinos se sintieron estimulados para organizar rifas y con el paso del tiempo el señor Zenón Contreras   elevó un pedido a la Municipalidad para organizar una rifa por cedulillas para Pascua. Los premios a otorgarse ascendían a 20.000 pesos y consistían en artículos de su tienda y mercería.

Esta iniciativa chocó con la oposición del Municipal González, quién manifestó que estaba en vigencia una disposición superior que prohibía este tipo de rifas.

El municipal Fajardo manifestó no conocer tal disposición y en virtud de ello la Comisión Municipal decidió postergar la discusión del tema por unos días, seguramente para confirmar o desmentir   la existencia de dicha disposición. Lo cierto es que reunida nuevamente la Comisión Municipal labró la siguiente acta:

 

“En el asunto de la rifa de Contreras se acordó encargar a un empleado municipal pagado por el interesado para escribir, numerar, sellar y cerrar las celdillas de premios con las blancas que debe­rá presentar el interesado cerradas”. [3].

 

Rubén Osvaldo Cané Nóbile

 

Citas

1) - “Las cedulillas eran billetes o papeles numerados mediante cuya adquisición se intervenía en el sorteo”. “Rifa de Mayo de 1826” en Revista Crisis, Año 4, Nº 38, Mayo-Junio de 1976, pp. s/n., ed. digital https://ahira.com.ar/wp-content/uploads/2018/06/CrisisN38.pdf.  Consulta del 12/12/2023.

2) - Granje, José María, La Tradición Chivilcoyana de las Rifas en Crónicas del Ayer Chivilcoyano, Nº 10, diciembre de 1975, pág. 5.

3) - Ídem, pág. 6.

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